El alma humana

Todos los fenómenos de magnetismo, hipnotismo, ypsico―fisiología, vienen comprendidos en una explicación general, muy sencilla y racional si se quiere tener en cuenta los elementos nuevos que nos suministra la experimentación espírita. Un severo método crítico es indispensable para deducir la enseñanza que se desprende de los hechos, y aunque tomemos en cuenta los nuevos descubrimientos de la ciencia, debemos ponernos en guardia contra las opiniones personales de los experimentadores, que son, las más de las veces, preconcebidas.

Las investigaciones experimentales de los psicólogos contemporáneos no han podido desvirtuar la unidad del alma proclamada por la antigua filosofía. Todas esas palabras nuevas de desagregación mental, alteración de la personalidad, personaje sonambúlico inconsciente o subconsciente, etc., se aplican a fenómenos que tendrían por objeto demostrar que la unidad del yo es una ilusión; que el alma no tiene existencia individual; que no es más que una agrupación de fenómenos unidos por la memoria, aunque distintos entre sí, y en cierto modo autónomos, de modo que pueden formar síntesis; que son conciencias secundarias independientes de la conciencia normal e ignorados de ella. Monsieur Ribot dice: 

«La unidad del yo, en el sentido psicológico de la palabra, es la cohesión durante un tiempo dado de un cierto número de estados de conciencia claros, y de una multitud de estados fisiológicos, que sin estar acompañados de conciencia como sus congéneres, obran al igual que ellos. Unidad quiere decir coordinación.» (Les Maladies de la personalité). 

Semejantes afirmaciones, que hacen del alma un agregado variable de conciencias diversas, sin unidad substancial, quedan destruidas por el hecho espírita. 

El ser pensante, no es una resultante del organismo; puesto que persiste después de la desagregación del cuerpo, probando que sus facultades se han conservado intactas, por cuyo motivo se demuestra que eran independientes de la envoltura carnal. Mas, ¿de qué manera se nos puede revelar, careciendo de instrumentos para obrar sobre el mundo físico? 

Esta cuestión es muy seria, habiendo sido en gran parte la causa determinante de la incredulidad general con que ha sido juzgado el Espiritismo desde sus primeros pasos. Sin embargo, los mismos espíritus se encargaron de contestar a la pregunta que acabamos de formular. Pretenden tener un cuerpo etéreo, tan real, a su manera, como lo es para nosotros el cuerpo físico. Esta envoltura del alma no es una idea nueva, toda vez que fue conocida en la antigüedad más remota. Es el Linga Sahrira de los hindúes, el cuerpo espiritual de San Pablo, el cuerpo aromal de Fourrier, el cuerpo astral de los ocultistas y el periespíritu de los espiritistas franceses. 

Semejante cuerpo, ¿existe en realidad? Así parece perfectamente establecido por el testimonio de los espíritus, por la afirmación de los sonámbulos y de los médiums videntes, y por los fenómenos de la fotografía espírita y de los moldes de formas materializadas. Pero a algunos eminentes defensores de nuestras creencias, tales como los Sres. 

Wallace y Aksakof, les ha parecido que las fotografías y las materializaciones no constituían pruebas absolutas de que los espíritus posean en el espacio las formas con las cuales se nos presentan. Semejante pensamiento viene expresado varias veces, en el libro titulado Animisme et Spiritisme que el sabio ruso ha publicado, consagrándolo a refutar la teoría del Dr. Hartmann. He aquí uno de sus párrafos (página 57); en el que expone claramente semejante opinión: 

«M. Lewes ha aconsejado al comité de la Sociedad Dialéctica encargado de ocuparse de la cuestión espírita, que procure distinguir cuidadosamente los hechos de las deducciones. Esto es particularmente necesario para las fotografías espíritas, pues aun cuando las formas humanas que aparecen en las placas no sean obra de la mano humana, pueden ser de origen espírita sin ser por esto las imágenes de los espíritus. Muchas cosas autorizan la suposición de que, en ciertos casos, semejantes imágenes resultan de la acción de seres inteligentes, invisibles y distintos. En otros casos, estos seres revisten una especie de materialidad perceptible por nuestros sentidos; pero por ello no puede deducirse que la imagen creada sea la verdadera imagen del ser espiritual. Y por último, las imágenes impresas pueden ser la reproducción de la antigua forma mortal con los atributos terrestres, a los cuales ha recurrido el espíritu para establecer su identidad». 

Esta opinión, aunque opuesta a los resultados de la observación, es puramente filosófica. Descansa en la suposición de que existe en cada uno de nosotros un personaje sonambúlico dotado de una actividad que le es propia, pudiendo obrar sin que lo sepa nuestra conciencia normal, estando caracterizado por una memoria completa, por la percepción directa del pensamiento de otro, y por la clarividencia. Este ser, esta mónade sería la única que sobreviviría, no conservando la forma humana más que para manifestarse en el mundo fenomenal.

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